"El sentimiento religioso de los científicos toma la forma
de un extasiado asombro ante la armonía de la ley natural,
que revela una inteligencia de tal superioridad que, comparado
con ella, todo pensamiento sistemático y la actuación de los
seres humanos es un reflejo absolutamente insignificante"
Albet Einstein
(Tomado del libro La vibración del Amor. Isha. Pág. 99)
Los anteriores puntos fueron recogidos, completados y sistematizados por el joven Charles Darwin, luego de navegar por el mundo, durante cinco años, en una misión cartográfica encomendada por el imperio inglés. Compilados en su legendaria obra El origen de las especies los postulados de Darwin han sido entendidos y explicados a un grado que forma ya parte del sentido común de prácticamente cualquier persona del sistema esclarizado en el mundo, hasta ahora.
Los cimientos del darwinismo o de la teoría de la evolución (TE) han sido cimbrados, no desde el clero -su enemigo "natural-, sino desde la propia ciencia biológica, particularmente desde la biología molecular.
Dotados de nueva información, y tecnología que no existía en la época de Darwin, una serie de científicos, a finales del siglo XX, en 1993, han expuesto una serie de evidencias y hallazgos que incomodan y en cierto grado irritan a los evolucionistas porque, con argumentos científicos, sugieren que detrás del origen de la vida existe una inteligencia superior, o Dios, aunque no lo mencionan por su nombre. Le llaman teoría del Diseño Inteligente (TDI).
Paul A. Nelson, Michel Behe, Scott Minnich, Stephen C. Meyer, Dean H. Kenyon son algunos de los hombres que han ido cambiando la historia y el entendimiento de la biología, por supuesto, no sin grandes polémicas y resistencias. Por ejemplo, en wikipedia definen a esta teoría como "pseudociencia" y que sus defensores están asociados a la derecha nortemericana, sin contar la gran cantidad de detractores que puede leerse en internet; no conceden un ápice a las evidencias de la TDI y ofrecen más los calificativos que argumentos.
Los postulantes de la TDI, sin embargo, reconocen que el darwinismo explica bien algunos procesos evolutivos, la variaciones funcionales de algunas especies, por ejemplo, pero no logra explicar cosas más fundamentales. Algunos rubros fueron estudiados tangencialmente por Darwin y sus contemporáneos debido a las limitaciones técnicas de la época. Y sin socavar la genialidad del naturalista inglés debe reconocerse que este aspecto ya marca un elemento a favor de los defensores del DI.
Especialistas en biología molecular, Michel Behe y Jed Macosko, reconocidos defensores de la TDI, alegan que con los potentes instrumentales que cuentan (esto hace 23 años, hoy día tendrían instrumentos aún más sofisticados) han encontrado la asombrosa complejidad de la célula que Darwin ni hubiera imaginado. Literalmente, han encontrado máquinas moleculares dentro de la célula, cada una realizando una función específica.
El caso más célebre es el flagelo bacteriano que cuenta con una estructura y funcionamiento identico al de un motor. ¿Cómo pudo haberse formado un motor giratorio a través de la selección natural? Hasta el momento no ha habido respuesta, o no la hemos encontrado.
Se llega así, al concepto que Behe ha denominado complejidad irreductible, lo que quiere decir que si faltase alguna de las piezas proteicas que hacen funcionar a la célula; si faltase una sola de ellas, el microorganismo dejaría de funcionar, y lo mismo ocurriría con cualquiera de las máquinas moleculares descubiertas.
Sin embargo, la propuesta darwiniana, aunque no es muy hábil al momento de explicar los mecanismos moleculares -pese a que lo ha intentado con la teoría de la "coopción"-, es muy útil para explicar la adaptación de los organismos al medio a través de lentas y progresivas variaciones anatómicas.
Pareciera que la biología molecular es a la ciencia natural, lo que la mecánica cuántica a la física clásica. Ambos se quedan perplejos ante los hallazgos a escala molecular o subatómica; ambos son descubiertas por hombres de la Europa ilustrada, ambos estremecieron al mundo y cumplieron el propósito de dar certidumbre y encumbrar a la razón como pináculo del desarrollo de la humanidad, quitando a Dios de enmedio.
Poniendo lo anterior al margen, un punto interesante que han expuesto los defensores del DI es que el concepto evolucionista de coopción* para explicar el motor del flagelo bacteriano no explican, la aparición de piezas nuevas y tampoco explica las instrucciones de montaje secuencial, -dicho por el biólogo molecular Scott Minnich- de manera que la selección natural queda desmotada para intervenir en el conocimiento molecular de organismos vivos. Por eso se le llama: complejidad irreductible.
Lo que sigue es muy importante. Una cita de Darwin de su obra El origen de las especies dice:
"Si se pudiese demostrar que existió un órgano complejo que no pudo haber sido formado por modificaciones pequeñas, numerosas y sucesivas mi teoría se destruiría por completo; pero no puedo encontrar ningún caso de esta clase."
De nuevo, Scott Minnich sostiene que la existencia y funcionamiento de los procesos mecánicos moleculares, como se ha demostrado, no pueden explicarse por medio del proceso que Darwin describe en dicha cita.
Por otro lado, como expusimos en nuestro artículo Singularidad. límites del conocimientos humano. (2a parte), no se explican cómo es que de materia inherte y de compuestos químicos simples surgió vida. Y es este el momento en que se siguen dando pasos para pasar de la química a la biología, para crear una célula artificialmente, pero sin lograrlo totalmente. Mucho más lejos aún se está de crear un organismo complejo.
Es justo reconocer que la TE ha sido un peldaño imprescindible para explicar la vida. No puede regateársele aportes ni puede calificársele injustamente como fraudulenta, como hacen aquellos siempre predispuestos a emitir juicios. Algunos de sus postulados tienen aún vigencia, como la macroevolución (o adaptación de los organismos al ambiente), por ejemplo. El problema, quizás es que la TE, como muchas corrientes de pensamiento, al erigirla institución va convirtiéndose gradualmente en fetiche. Lamentablemente en la ciencia, como otras áreas de quehacer humano, la ortodoxia establece fronteras infranqueables que conserve intocado a su tótem para que siga en una dirección, y sólo en una.
El Diseño Inteligente, y la obra inspiradora de Michael Denton han revelado los límites de la TE. En virtud de haber cuestionado una institución que ha prevalecido durante más de siglo y medio, los autores de la TDI han sido objeto de ataques desmedidos. Pero hasta donde se puede ver, sus postulados son irreversibles.
En este momento, segmentos importantes de la ciencia siguen una ruta que pone en cuestión sus postulados fundamentales emergido de la Ilustración europea. De manera muy similar que la física cuántica abrió un horizonte muy distinto al que ofrece la física clásica para entender la materia; del mismo modo, la TDI inaugura rutas de conocimiento hacia el origen de la vida en la Tierra.
Aun cuando se crea que fue la generación espontánea, o la evolución, o la panspermia (microorganismos transportados en meteoritos), o la panspermia dirigida (vida realizada con inteligencia extraterrestre); o que fue Dios quien creó la vida en la Tierra, no se sabe con certeza, quizás nunca lo sabremos, cuál es nuestro origen, o quizás ya lo saben pero está oculto en el anonimato, o en los saberes místicos o ancestrales.
Lo cierto es que los componentes moleculares de los que estamos hechos son los mismos que existen desde el inicio de universo, (¿quizás es por eso dicen que somos uno con todo?). "Somos polvo de estrellas", esta frase que pudiera sonar cursi a primera vista, tendría más sentido a luz de los argumentos expuestos y de los intrincados misterios que no han podido ser resueltos, al menos desde la ruta científica; habrá que incursionar aún más en territorios poco explorados. En este siglo, por fortuna, la ciencia o algunos sectores de ella, se están acercando cada vez más a lo espiritual. Creo que esta ruta es atinada, y que se va por buen camino.
*Donde unas máquinas habrían "tomado" para sí piezas que operan en otras máquinas moleculares.
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