►Una nueva teoría explica cómo frágiles estados cuánticos pueden ser capaces de existir durante horas o incluso días en nuestro cerebro.
· ►Pronto, los experimentos podrían probar esta teoría.
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El concepto de “conciencia
cuántica” parece un término emergido más de la New Age que de la neurociencias. Sin embargo, se trata de una
nueva hipótesis que podrían desempeñar algún papel en la cognición
humana. Matthew Fisher , un físico de la Universidad
de California, Santa Bárbara, publicó un artículo en
la revista Annals of Physics en el que propone que algunos procesos
subatómicos del cerebro permitirían a éste funcionar como una computadora
cuántica.
Construir una computadora cuántica requiere
conectar qubits - bits cuánticos de
información - en un proceso conocido como entrelazamiento. Pero existen qubits entrelazados en un estado frágil,
lo cual representa actualmente a los investigadores un reto suficientemente
complicado para realizar el procesamiento cuántico en un entorno de laboratorio
cuidadosamente controlado.
| Durante la última década, sin
embargo, la evidencia creciente sugiere que ciertos sistemas biológicos podrían
emplear la mecánica cuántica. En la fotosíntesis, por ejemplo, los efectos cuánticos ayudan a
las plantas a conviertir la luz solar en combustible. Los
científicos también han propuesto que las aves
migratorias tienen una “brújula cuántica” que les permite explotar los campos
magnéticos de la Tierra para su orientación, o que el sentido humano del olfato
podría tener sus raíces en la mecánica cuántica.
Fisher ha desarrollado una interesante
hipótesis: la incorporación de la física nuclear y la física cuántica, la química
orgánica, la neurociencia y la biología para dar lugar a la neurociencia
cuántica. Aunque sus ideas se han topado con un muro de escepticismo,
algunos investigadores están comenzando a prestar atención, como es el caso John Preskill , un físico del Instituto de
Tecnología de California.
Senthil Todadri , también
investigador de la Universidad de California cree que la formulación de Fisher
es consistente, pero sugiere que el siguiente paso es hacer pruebas de
laboratorio para sustentar su planteamiento.
Matthew
Fisher ha propuesto una forma nueva que sugiere que los efectos cuánticos influyen
en el funcionamiento del cerebro.
Las revelaciones del litio
No obstante que pertenece a una
dinastía de físicos destacados, la inclinación de Fisher hacia la biología, la
química, la neurociencia y la física cuántica se debió a una difícil situación
personal que le hizo caer en profundo estado depresivo.
Fisher recuerda claramente que
febrero de 1986 su crisis se vio agravada. «Me sentía preso de un profundo
dolor de cabeza y malestar en el cuerpo cada minuto del día». Se puso tan
mal que contempló el suicidio para acabar con su sufrimiento, aunque el
nacimiento de su primera hija le dio una razón para seguir luchando a través de
la aguda depresión.
Por esos días, un psiquiatra
le recetó un antidepresivo, y dentro de tres semanas su estado mental comenzó a
levantar. «La niebla que me había envuelto se hizo un poco menos densa; finalmente
vi una luz frente a mí», dijo Fisher en entrevista a Quanta
Magazine
Su experiencia lo convenció de la
función de los fármacos. Pero Fisher se sorprendió al descubrir que los
neurocientíficos entienden poco sobre los mecanismos exactos que operan detrás de
los psicofármacos, lo cual despertó su curiosidad, y dada su experiencia
en la mecánica cuántica, encontró los principios del procesamiento cuántico en
el cerebro.
Hace un lustro se lanzó a aprender
más sobre el tema, basándose en su propia experiencia con los antidepresivos
como punto de partida.
Se concentró en el litio, por hecho
de que esta sustancia, además de ser empleada comúnmente en desórdenes mentales
y emocionales, dispone de un isótopo común llamado de litio-7. La pregunta
que surgió fue, ¿un isótopo diferente marcaría una gran diferencia del litio-6,
o producirían los mismos resultados?
Al buscar en la literatura sobre el
tema, Fisher encontró un experimento que ya había comparado los efectos del
litio-6 y litio-7. En 1986, los científicos de la Universidad de
Cornell examinaron los efectos de los dos
isótopos sobre
el comportamiento de las ratas, donde halló que la ligera diferencia en la masa
atómica marcó diferencias en el comportamiento de los roedores.
Fisher consideró que la clave podría
hallarse en el espín nuclear, que es una propiedad cuántica que afecta a la
duración de cada átomo puede ser coherente aislando su entorno. Cuanto
menor sea el giro, menos interactúa el núcleo con los campos eléctricos y
magnéticos, y menos rápido es la coherencia atómica.
Dado que el litio-7 y litio-6 tienen
diferente número de neutrones, también tienen diferentes giros. Como
resultado, litio-7 es demasiado rápido para la cognición cuántica, mientras que
el litio-6 puede permanecer enredado más tiempo como una molécula coherente.
Fisher
había encontrado dos sustancias idénticas en todos los aspectos importantes,
excepto en el giro cuántico, lo cual podrían tener efectos muy diversos en el
comportamiento. Para el investigador, este indicio sugiere que los procesos
cuánticos desempeñan un papel funcional en el procesamiento cognitivo.
Los procesos bioquímicos
La investigación de Fisher demuestra
que el procesamiento cuántico juega un papel en el cerebro que resulta ser un
desafío monumental. El cerebro requiere de mecanismos para almacenar
información cuántica en los qubits por
largos periodos; además, debe contar con algún medio químicamente adecuado
que influya en el funcionamiento de las neuronas y algún medio que transporte
la información cuántica almacenada en los qubits
a todo el cerebro.
Esta es una tarea difícil. En
el transcurso de su misión de cinco años, Fisher ha identificado un solo
candidato creíble para el almacenamiento de información cuántica en el cerebro:
los átomos de fósforo, que son el único elemento biológico común distinto del
hidrógeno que hace posible un mayor tiempo de coherencia. El fósforo no
puede hacer un qubit estable por sí
mismo, pero su tiempo de coherencia puede ser ampliado aún más, de acuerdo con
Fisher, si lo enlaza con iones de calcio.
En 1975, Aaron Posner,
científico de la Universidad de Cornell, se dio cuenta de una agrupación impar de
átomos de calcio y fósforo en sus radiografías. Hizo dibujos de la estructura
de esos grupos: nueve átomos de calcio y seis átomos de fósforo, más tarde
llamado “moléculas Posner”, en su honor.
Los grupos aparecieron de nuevo en
la década de 2000, encontrando pruebas de los clústeres
en el cuerpo. Fisher piensa que las moléculas de Posner podrían servir
como un qubit natural en el cerebro
también.
El proceso se inicia en la célula
con un compuesto químico llamado pirofosfato en el que la interacción
entre los espines de los fosfatos provoca que se enreden. Ellos pueden
emparejarse en cuatro formas diferentes: Tres de las configuraciones se suman a
un giro total de uno (un estado triple, que se enreda débilmente), pero la
cuarta posibilidad produce un giro cero (en estado individual), crucial para la
computación cuántica.
A continuación, ocurren complejos
procesos bioquímicos donde participan enzimas y fosfatos entrelazados en dos
iones de fosfato libres. Estos iones se pueden combinar a su vez con los iones
de calcio y átomos de oxígeno para convertirse en moléculas Posner.
Así, esos grupos protegen los pares
entrelazados de la interferencia externa para que puedan mantener la coherencia
durante largos períodos. Fisher estima que podría durar horas, días o incluso
semanas.
De esta manera, el enredo se puede
distribuir sobre distancias bastante largas en el cerebro, que influyen en la
liberación de neurotransmisores y el disparo de las sinapsis entre las
neuronas.
La comprobación de la teoría
Los investigadores que trabajan en
biología cuántica se mantienen con cautela ante la propuesta de Fisher. Alexandra Olaya-Castro, físico de la
Universidad College de Londres que ha trabajado en la fotosíntesis cuántica, lo
llama «una hipótesis bien pensada. No da respuestas, se abre preguntas que
podrían conducir a continuación, cómo podíamos probar etapas particulares en la
hipótesis».
Peter Hore, químico de
la Universidad de Oxford, que investiga el uso de los efectos cuánticos en los
sistemas de navegación de aves migratorias, sostiene. «He aquí un físico
teórico que propone que moléculas específicas, inciden el procesos mecánicos
específicos, y de cómo ello podría afectar la actividad cerebral», y agrega, «Esto
abre la posibilidad de una prueba experimental».
Otros ya ven que hay necesidad de
invocar el procesamiento cuántico para explicar el funcionamiento del
cerebro. «La evidencia acumulada posibilita exponer aspectos interesantes
de la mente, en términos de interacciones de neuronas», dijo Paul Thagard , un
neurofilósofo de la Universidad de Waterloo en Ontario, Canadá.
Fisher trabajó recientemente en la
Universidad de Stanford en colaboración con investigadores para replicar el
estudio de 1986 con ratas embarazadas; opina que en un tiempo perentorio
obtendría de esta investigación resultados concluyentes.
Han aprobado a Fisher financiamiento
para llevar a profundidad sus experimentos de la química cuántica. Se ha
improvisado un pequeño grupo de científicos de diversas disciplinas en UCSB y
la Universidad de California, San Francisco, como colaboradores. Le
gustaría investigar antes que nada, si el fosfato de calcio realmente puede formar
moléculas estables Posner, y si los espines nucleares fósforo de estas
moléculas puede enredarse lo suficiente por largos períodos.
Si todos los experimentos demuestran
en última instancia, su hipótesis equivocada, podría ser el momento de
renunciar a la idea de la cognición cuántica por completo. «Sería bueno
para la ciencia conocer las conclusiones».
Este artículo se redactó con información de la
investigación A
New Spin on the Quantum Brain, firmada por Jennifer Oullette y publicada en Quantamagazine
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